IWC: Crónica de un gigante dormido

IWC, fundada por el americano Florentino Ariosto Jones en el siglo XIX, se destacó por innovaciones como el sistema digital Pallweber y relojes icónicos como el Big Pilot y el Portugieser. En los últimos años, la marca ha centrado su estrategia en el marketing, perdiendo algo de su audacia y exclusividad original.

Pocos deben saber o recordar que la International Watch Company, alias IWC, nació de la mano de un americano, un gringo emprendedor que salió de su país a mediados del siglo antepasado con el plan de fabricar relojes de bolsillo en Suiza para exportarlos y venderlos en la entonces bullante economía americana. El busquilla Florentino Ariosto Jones sabía perfectamente lo que hacía, entendió rápidamente el negocio y ya en 1875 movió la fábrica a orillas del río Rin en la frontera con Alemania para aprovechar la corriente del río en la generación de energía para su novel planta de fabricación de relojes de bolsillo. Podemos ver que desde un principio la marca nació desde un espíritu innovador.

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Sus comienzos en la relojería de bolsillo estuvieron marcados por la invención del primer sistema digital para visualizar la hora, el Pallweber, algo que en su momento era tecnología de punta. La verdadera notoriedad llegó en plena guerra cuando empezaron a desarrollar sus primeros relojes de bolsillo para pilotos. Aquel Pilot equipaba un bisel giratorio y las claves de diseño que vendrían a definir una categoría completa en las décadas por venir. Fue la inspiración para lo que hoy conocemos como el Big Pilot, un reloj icónico que nació en 1940 para cumplir las exigencias militares de la Fuerza Aérea alemana nazi.

En esa misma época de innovación, la marca acudió en ayuda de dos distribuidores portugueses que buscaban relojes de altísima precisión para usar como instrumentos de navegación marítima. La respuesta de la marca fue tomar un calibre altamente preciso pero enorme, proveniente de sus relojes de bolsillo, e instalarlo en una caja de reloj de pulsera adaptada, creando así lo que ellos bautizaron como el Portugués, hoy en día conocido como Portugieser.

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Con el foco firme posguerra en salir a conquistar el mundo, muchas marcas empezaron a fabricar versiones civiles de sus instrumentos militares. Bien sabido es el caso de Panerai con sus relojes de buceo, y en el caso de IWC, se trató de su reloj de piloto lanzado en 1948: el Pilot Mark 11. Este reloj, hoy una leyenda, marcaría a fuego la historia de la marca y sería también el precursor de otros modelos profesionales pensados para uso recreativo, tales como el Aquatimer lanzado en 1967 para satisfacer las necesidades de la naciente industria submarina civil. Con esto, la marca ya daba forma a un catálogo envidiable con relojes de navegación, aviación y submarinismo, pero todo parece venirse abajo cuando uno menos se lo espera.

Los japoneses de Seiko ponen en venta el primer movimiento a cuarzo y la industria suiza queda al borde del colapso. IWC se suma a un conglomerado de marcas suizas para rápidamente desarrollar un calibre de cuarzo que pudiera competir con los japoneses, lo que resulta en el lanzamiento del Beta 21, un movimiento pionero de la industria suiza que fue utilizado en una infinidad de modelos por distintas marcas, siendo en el caso de IWC el Da Vinci el receptor de esta maquinaria.

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Habiendo superado esta crisis, la marca vuelve de lleno a la senda de la innovación y las proezas técnicas, invitando a un joven Gerald Genta a rediseñar su reloj para ingenieros, el Ingenieur, y disfrutando de toda la magia del genio con una creación que hasta el día de hoy es venerada, imitada y prontamente seguro que será relanzada. Así llegan los 70, los 80 y los 90, las décadas doradas, en mi opinión, de la marca, con la creación de proyectos tan innovadores como el primer cronógrafo de titanio, el Ocean 2000 en colaboración con Porsche y algunas de las campañas de marketing más rompedoras, disruptivas y al borde de la misoginia de las que podríamos tener recuerdo. Una época dorada que es culminada con el lanzamiento del Big Pilot en 2002, un reloj que toma la tradición de aquellos relojes de piloto de la Segunda Guerra y lo lleva a un siglo 21 que estaba hambriento de relojes grandes y diseños vintage. John Mayer, el ondero cantante, hizo famoso a este reloj al elegirlo como su favorito, y desde ese minuto la marca no ha mirado atrás lanzando versión tras versión hasta convertirlo en una familia en sí mismo.

Quizás el éxito fue el problema de la marca, que con la llegada de George Kern a la presidencia deja de lado el rumbo de la innovación dura y se centra más en la alquimia del marketing, introduciendo embajadores de marca, glamorosas sesiones de fotos con influencers e incluso la primera colección femenina, algo que por muchos años no solamente era impensable sino que era directamente mofado por la marca en sus avisos de prensa.

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Desde ahí, IWC ha venido sufriendo con los vaivenes de la industria, dejando poco a poco su sitial de macho alfa de la manada para transformarse en algo más mainstream: una marca que conserva esos diseños increíbles, pero que ha perdido cierta audacia en sus creaciones y cierto dinamismo que veníamos a esperar de ellos luego de los inolvidables calendarios perpetuos de Kurt Klaus, los fascinantes doble cronos de Félix Habring, y los complejos medidores de profundidad mecánicos que fueron pioneros a nivel mundial en sus relojes de buceo. Entendemos que al ser parte de un conglomerado como Richemont hay que rendirle cuentas a los accionistas, conquistar mercados como el asiático, y hay que llegar a los números de venta pase lo que pase, pero nosotros como coleccionistas añoramos aquella época en que sostener uno de estos relojes en mano era una experiencia que te quitaba el aliento.

La precisión de sus partes, las tolerancias mínimas, la austeridad y funcionalidad teutónica de su diseño hacían de ellos un producto especial. No un producto para todos. De hecho, era un producto para pocos. Relojes caros, innecesariamente complicados, a veces enormes y difíciles de usar, pero sobredesarrollados como sólo los alemanes saben hacer. Seguimos amando IWC y seguiremos amando IWC porque además sabemos que en el mundo de los relojes usados hay cientos de joyas de esta marca por descubrir de sus décadas gloriosas a precios espectaculares y que podrían ser la joya de tu colección o simplemente el mejor reloj de uso diario que vayas a tener.

IWC EN LOFT

El precio original era: $4.900.000.El precio actual es: $4.700.000.
El precio original era: $4.500.000.El precio actual es: $4.300.000.
El precio original era: $5.900.000.El precio actual es: $5.500.000.

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