
El viaje sin fin: Las 3 etapas del coleccionismo
Una reflexión personal sobre el recorrido que viven la mayoría de los coleccionistas de relojes. Desde la ansiedad por acumular hasta la serenidad de disfrutar sin poseerlo todo. El viaje del coleccionismo, más que una ruta hacia la caja perfecta, es un ejercicio constante de autoconocimiento, disciplina emocional y conexión con otros apasionados por este arte inútil y esencial.
Muchas y largas veces hablamos en este canal sobre el delicado arte del coleccionismo. El hobby de la relojería debe ser uno de los pasatiempos con mayor tasa de retención del universo. Ustedes, como coleccionistas, seguramente no conocen a ningún otro que haya entrado al universo de los relojes y que luego haya perdido interés y se haya autoexiliado del pasatiempo. Es que algo tienen estas máquinas que nos hacen volver por más. Incluso diría que el principio de los rendimientos decrecientes, o la famosa trotadora hedonista, no existen aquí. Mientras más aprendemos, más disfrutamos de la próxima pieza. El porqué de esto podría derivar en un libro completo de razones psicológicas y profundas, pero se resume en una sola palabra: estatus.
Querer contarle algo al mundo sobre nosotros, mostrarnos de cierta manera ante ciertos grupos, sentirnos parte de una casta, o simplemente fantasear con la versión de nosotros mismos que creemos podríamos llegar a ser mientras utilizamos cierto reloj en la muñeca. Es un juego peligroso y, como mencionamos, generalmente no tiene fin, pero sí va aumentando su nivel de complejidad. Por complejidad me refiero a precio, ya que en la medida en que avanzamos por el sendero, nuestros gustos se van encareciendo. Nadie empieza en Lange y termina en Tissot. Aprender a apreciar cada detalle automáticamente hace que deseemos relojes mejor acabados, con más artesanía, más escasos, con mejores materiales e incluso con mayor pedigree.

El comienzo del viaje generalmente se concentra en cantidad. Es la etapa en que tenemos que tocar para conocer y para aprender. Aquí conocemos a quienes serán nuestros referentes a nivel de fuentes de información y empezamos a rodearnos de otros coleccionistas que, a la larga, serán lo más valioso de este largo viaje, aun si en ese momento no lo sabemos.
El viaje continúa disminuyendo la cantidad pero aumentando la calidad, con piezas cada vez más complejas, en una búsqueda por diferenciarnos. Necesitamos forjar una identidad propia dentro del mundo del coleccionismo y encontrar algo que se alinee con la historia que queremos contarnos y contarle al mundo. En esta etapa, generalmente nos especializamos en alguna marca, algún período de la historia o alguna tipología de relojes. La condición pasa a ser más importante que cualquier otro aspecto del reloj, y solamente se acepta la perfección. Aquí ya hemos perdido el miedo a gastar, disfrazando de inversión sumas completamente irresponsables en relojes que juramos serán nuestros compañeros para toda la vida, o incluso una herencia para nuestros descendientes. Estamos seguros de que depuraremos nuestra colección hasta quedarnos con poquísimas piezas de gran nivel que atesoraremos para siempre.

Aquí viene la parte en que les cuento que no será así. El viaje no termina ahí. Falta todavía la parte final, donde le volvemos a agregar cantidad a la calidad. Nos damos cuenta de que, al final, vamos a comprar lo que queremos y no nos guiaremos tanto por las pequeñas y arbitrarias reglas que nos hemos impuesto en pos de llegar a la colección perfecta. Aquí la cosa se pone peligrosa, y es precisamente en este punto del viaje —que suele venir luego de muchos años en este mundo— donde debemos encontrar el regalo más valioso que puede tener un coleccionista.
Debemos encontrar el “suficiente”. Qué difícil es llegar al suficiente en la vida. Nuestros cerebros prehistóricos, curtidos por miles de años al borde de la extinción, nos empujan siempre a intentar acumular todos los recursos posibles en caso de que mañana no sea tan fácil obtenerlos. No es culpa nuestra, solo biología, pero la búsqueda de suficiente debe ser el objetivo principal de un coleccionista en esta parte final de su viaje. Es aquí donde no debe dejarse someter al mundo virtual, al dulce néctar de aprobación de las redes sociales ni a la validación de cientos de extraños o conocidos en internet. Aquí es donde todos los años de experiencia deben ponerse al servicio de desarrollar el poderoso músculo del disfrute sin poseer.

Es imperioso aprender a disfrutar de relojes que no tenemos ni nunca tendremos. Apreciarlos en fotos, probárselos en tiendas y juntas de coleccionistas, aceptar que el no tenerlos en nuestra caja no evita que puedan llenarnos de satisfacción como coleccionistas, por el solo hecho de existir. Es, en cierta forma, el amor más puro de todos. Un amor generoso. Una vez que el coleccionista desarrolla este músculo, puede ver con más claridad que nunca que el gran valor de este hobby siempre fue el poder conectarnos con otros como nosotros. Otros que también disfrutan de los detalles invisibles, del esfuerzo humano en pos de la belleza inútil y de la batalla imposible por la precisión en un mundo digital que ha hecho del reloj un objeto funcionalmente obsoleto, pero espiritualmente indispensable. Las juntas, los mensajes en los foros, la posibilidad de conocer a otros a través de sus cuentas de Instagram, revelan el verdadero valor de un mundo conectado cuando puede ser usado para acercarnos en vez de alejarnos, a través de la ansiedad, la envidia y la mentalidad de manada. Esto es, al menos, lo que yo he aprendido durante el viaje.
¿Mi colección? No creo que haya llegado a su forma final, pero estoy tranquilo con eso. Ya no le doy tanta importancia a lo que hay en mi caja, sino más bien a disfrutar de la interminable creatividad de algunos de los relojeros más talentosos del siglo, que año a año me sorprenden con relojes que jamás podré comprar. Lo que tengo guarda significado para mí, pero nada es indispensable. Una vida en torno a este hobby me ha enseñado la importancia del tiempo. Tiempo disfrutando lo que me apasiona, no la insignificancia de los objetos en sí que forman parte de cualquier colección. Así es el viaje.
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